Como los escribas continuarán,
los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán
también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de
papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el
trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas,
entonces las municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los
terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los
teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los
pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen
paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros
rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y los
campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las rutas
queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros. A veces una pared cede
y hay espantosas catástrofes automovilísticas. Los escribas trabajan sin tregua
porque la humanidad respeta las vocaciones, y los impresores llegan ya a
orillas del mar. El presidente de la república habla por teléfono con los
presidentes de las repúblicas, y propone inteligentemente precipitar al mar el
sobrante de libros, lo cual se cumple al mismo tiempo en todas las costas del
mundo. Así los escribas siberianos ven sus impresos precipitados al mar
glacial, y los escribas indonesios etcétera. Esto permite a los escribas
aumentar su producción, porque en la tierra vuelve a haber espacio para
almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene fondo, y que en el fondo del
mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en forma de pasta aglutinante,
después en forma de pasta consolidante, y por fin como un piso resistente
aunque viscoso que sube diariamente algunos metros y que terminar por llegar a
la superficie. Entonces muchas aguas invaden muchas tierras, se produce una
nueva distribución de continentes y océanos, y presidentes de diversas
repúblicas son sustituidos por lagos y penínsulas, presidentes de otras
repúblicas ven abrirse inmensos territorios a sus ambiciones etcétera. El agua
marina, puesta con tanta violencia a expandirse, se evapora más que antes, o
busca reposo mezclándose con los impresos para formar la pasta aglutinante, al
punto que un día los capitanes de los barcos de las grandes rutas advierten que
los barcos avanzan lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los
motores jadean y las hélices se deforman. Por fin todos los barcos se detienen
en distintos puntos de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del
mundo entero escriben millares de impresos explicando el fenómeno y llenos de
una gran alegría. Los presidentes y los capitanes deciden convertir los barcos
en islas y casinos, el público va a pie sobre los mares de cartón a las islas y
casinos donde orquestas típicas y características amenizan el ambiente
climatizado y se baila hasta avanzadas horas de la madrugada. Nuevos impresos
se amontonan a orillas del mar, pero es imposible meterlos en la pasta, y así
crecen murallas de impresos y nacen montañas a orillas de los antiguos mares.
Los escribas comprenden que las fábricas de papel y tinta van a quebrar, y
escriben con letra cada vez más menuda, aprovechando hasta los rincones más
imperceptibles de cada papel. Cuando se termina la tinta escriben con lápiz
etcétera; al terminarse el papel escriben en tablas y baldosas etcétera.
Empieza a difundirse la costumbre de intercalar un texto en otro para
aprovechar las entrelíneas, o se borra con hojas de afeitar las letras impresas
para usar de nuevo el papel. Los escribas trabajan lentamente, pero su número
es tan inmenso que los impresos separan ya por completo las tierras de los
lechos de los antiguos mares. En la tierra vive precariamente la raza de los
escribas, condenada a extinguirse, y en el mar están las islas y los casinos o
sea los transatlánticos donde se han refugiado los presidentes de las repúblicas,
y donde se celebran grandes fiestas y se cambian mensajes de isla a isla, de
presidente a presidente, y de capitán a capitán.
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas
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